jueves, 29 de mayo de 2014

Epitafio del caos


II
No es ningún secreto que me gusta disfrazarme
de duda, de silencio, de ilusión marchita
de café recién hecho
de calada, de zorra, de resaca
de raya del ojo mal pintada,
de pestaña y de silueta
                                    entre mis preferidos.
De aquella que escribe poemas en servilletas
y estudia las condiciones atmosféricas
que esconde un estado de ánimo tras una mirada tuya.

Soy la que mejor conoce tu forma de diseccionar la realidad
con esos ojitos
con tus manos de pianista,
ahí me disfrazo de carcajada,
o de juego de palabras absurdo
y tú me miras.
Me miras y descubres mi disfraz, descubres
 todos mis disfraces,
diseccionas mi realidad
y te ríes
porque sabes que hemos ganado,
que ya no es ningún secreto.

Sabes perfectamente lo mal que escribo
cuando estoy enamorada,
y que odio estar triste y escribir cosas
que te hagan llorar.
Aunque tú pienses que el dolor,
como los pecados y los cigarros a medias,
debería ser compartido.
Me dijiste una vez que te encanta mi caos,
y creo que tenemos un problema,
a los dos nos gusta el desastre,
nos atrae la autodestrucción.
Y dónde acabará este río…

Resulta irónico que, con todos mis disfraces,
aún no haya encontrado el de valiente.
Me sigo conformando con el de niña silenciosa
que no se atreve a pedirte que te quedes.
Y que tú, con todo tu ingenio,
con todas tus disecciones de realidades y
universos para-lelos,
aún no hayas aprendido a desentrañar
el “ven” que hay detrás de todos mis silencios.
El “no te vayas”,
el “te necesito”
el “no me sueltes”
el “quédate”…